Un libro recoge los 50 años de existencia del whisky DYC

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17 Feb 2009

(2009-02-17).- El escritor Fernando Montañés ha escrito en un libro la historia del whisky DYC, que cumple en este año su medio siglo de existencia. En él se relata también la historia y anécdotas de su creador, el empresario valverdano Nicomedes García Gómez.
Fernando Montañés (Madrid, 1962) es profesor de publicidad en las universidades Autónoma de Madrid y Antonio de Nebrija, y periodista especializado en publicidad, marketing y comunicación desde hace 20 años. Actualmente colabora en diferentes medios especializados como la revista Ipmark, es asesor de comunicación de distintas empresas, y profesor y conferenciante en master de comunicación y marketing de la Universidad de Deusto, el Instituto Europeo de Diseño, la Universidad Internacional de Andalucía, etc. A lo largo de su carrera ha escrito en Tiempo, Man, Anuncios, Advertising Age, Nueva Empresa, El Mundo y La Gaceta de los Negocios, entre otras publicaciones, siempre sobre temas de publicidad y comunicación. Ha sido comisario de la Exposición El Quijote y la Publicidad, en el Centro Virtual Cervantes del Instituto Cervantes; y ha dirigido los estudios de "Inversión Publicitaria en España" y "Agencias y Centrales en España", de Infoadex.
En su libro relata el nacimiento del whisky segoviano cuando a Nicomedes García se le estropeó una partida de barriles de cerveza Mahou. Lo destiló y obtuvo el preciado licor.
La obra ha sido prologada por el experto escocés Dominic Roskrow. Según publica el diario El Mundo, el comienzo de historia tan espirituosa se remonta a 1911. Nicomedes tenía solo 10 primaveras y ya se barruntaba su vocación licorera. Alternaba estudios de contabilidad, matemáticas y química con los menesteres bodegueros de su padre. Cuando alcanzó la mayoría de edad, comenzó a regentar la humilde destilería que había levantado su padre a finales del siglo XIX en la localidad de Valverde de Majano (Segovia), a la sazón, lugar de nacimiento de la saga. Cual alquimista –y con 200.000 pesetas por herencia–, mezcló, buscó, fusionó y reinventó brebajes que dieran una pócima potente, embutida en un envase primoroso. Así nació Anís Castellana en 1919, su célebre etiqueta y esa botella que, rasgada, suena a villancico.
El arrojo empresarial de Nicomedes no sólo está ligado a alambiques. Fundó la empresa de autocares Auto-Res, dirigió la empresa de publicidad Azor (esa que parió el toro de Osborne), fabricó turrones a porrillo durante la Guerra Civil, tuvo una naviera, fue accionista mayoritario del Banco General de la Administración… y muchos otros entretenimientos.
Fue casi por casualidad como le dio por elaborar whisky. En 1929, se la ajó una partida de Mahou, cerveza de la que tenía en exclusiva la distribución para Segovia. Un cliente rechazó aquella malograda partida de 100 barriles que, lejos de ser desaguados por Nicomedes, fueron destilados y adormecidos unos años en barricas de roble. «A los tres años salió un licor bastante bueno, que se parecía al whisky, aunque no tenía tanto sabor a chinches. Total, que me tiré toda la guerra bebiendo whisky, y como cada día estaba mejor, volvió a mí el interés por fabricarlo», declaraba hace unos años el fundador.
En 1955, un último viaje a Escocia terminó de espolearle la quimera. A su regreso, convenció a sus colegas los hermanos Puigmal de la idoneidad de reconvertir el vetusto molino del marqués del Arco en Palazuelos de Eresma en una destilería de whisky. Como capital social, 55 millones de pesetas. Además, ser presidente de la Cámara de Comercio de Segovia y presidente del Grupo Nacional de Fabricantes de Aguardientes Compuestos allanaría el camino para obtener los permisos. Por no hablar de la orografía y la ideal climatología de la zona.

La gélida temperatura, el cereal de la región, la muralla nevera de la Sierra de Gredos y la pureza del agua del río Eresma eran ingredientes que no tenían nada que envidiar a los verdes parajes de Escocia. Quizá por eso DYC sigue el sistema de doble destilado, método copiado de la tierra de William Wallace, con eficientes resultados desde 1959. Para ello se tuvo que cambiar la ley. En España estaba terminantemente prohibido destilar alcohol de cereales, puesto que sólo se podía arrancar el zumo de la uva, de la caña de azúcar o de la remolacha. Encima, el whisky se consideraba un artículo de superlujo. Gracias a sus contactos en la Administración, se dio luz verde al proyecto etílico de Nicomedes y los hermanos Puigmal.
Hasta 1963 no salieron las primeras cajas con destino al paladar del consumidor. La irrupción en el mercado de DYC generó una gigantesca expectación. Hasta el diario Le Figaro, en un artículo fechado el 29 de septiembre de 1961, anunciaba lo que unos locos al otro lado de Madrid pretendían llevar a cabo: «El whisky español no será bien recibido, deberá defenderse contra una sólida alianza anglosajona que le ataca por la utilización del nombre». La sangre no llegó al río Eresma y el «usurpador español» pudo usar el vocablo whisky para su brebaje, algo que no sucedió con el coñac o el champán en otros sonados litigios por la denominación de origen.
En 1962 ya estaba todo preparado para dar salida a dos millones de litros anuales. En ello se afanaban un centenar de coloristas trabajadores: «Los operarios vestían monos de diversos colores para distinguir los diferentes servicios; verde oscuro los de maltería; azul claro los del grain; amarillo los del malt, verde claro en pre-bodega, bodega y blended, y azul marino los dedicados a servicios auxiliares», recuerda Montañés en su documentada, entretenida y completísima obra acerca del devenir de la compañía en este medio siglo.
Las primeras cajas de DYC tuvieron un destino controvertido: ¡Marruecos! «Fueron 25 cajas entregadas a Vicente Carat Tardá, un almacenista de Casablanca», evoca Montañés. Hay que recordar que el precio de la botella de escocés en España era de 400 pesetas… y el salario rondaba las 1.000 mensuales. Todo un artículo inaccesible que se asociaba a los tipos adustos del western que mostraba Hollywood o los pétreos galanes de novela negra con pitillo en la comisura y colección de amantes. Así que DYC democratizó la bebida con un precio imbatible: 15 pesetas la copa, unas 120 la botella.
Con una afiladísima intuición para el negocio, Nicomedes fichó como imagen y relaciones públicas de la compañía en los años 60 a John McLeod, un escocés de Inverness (norte del país). Se trataba de un catador de whisky (un blender) pertrechado de kilt (falda) y blancas medias de lana hasta la rodilla que se paseaba por la empresa y aledaños de Palazuelos. El señor Mac, su apodo, viajaba a su tierra natal para propagar las bondades del espirituoso ibérico que se hacía en la serranía segoviana.
Según avanzaba la década de los 60 la fama de DYC, su popularidad y penetración social aumentó exponencialmente. Se estrenaban documentales en cine sobre su elaboración, el entonces Príncipe de Asturias visitaba la destilería, el mesonero Cándido lo promocionaba en su templo gastronómico a la sombra del acueducto, o los noctámbulos de Chicote (bar mítico de la Gran Vía madrileña) empezaban a trasegar en la barra la pócima de Nicomedes.
Valga como muestra del auge de DYC y de la expansión del productor que el patrón de la compañía, en la cresta de la ola, adquirió McNab’s, destilería escocesa enclavada en Montrose y que elaboraba las marcas autóctonas Lochside y Sandy McNab.
La publicidad fue siempre uno de los puntales. Como señala Fernando Montañés, «resulta muy curioso observar en los anuncios, y también en la cartelería, cómo la mujer alterna con el hombre y bebe junto a él con absoluta normalidad en el difícil marco social y político de la época. La publicidad de DYC se dirige a un público de alto poder adquisitivo, donde los adultos van en barco, esquían o realizan actividades glamurosas. No como los viejos anuncios de coñac donde sutilmente la mujer es casi maltratada por el marido. Sin duda, DYC fue la marca que enseñó a beber a los españoles».
Con el transcurrir de los años, DYC ha fraguado una imagen que ha pasado por la túrmix de la Movida, ha sacado del armario del pudor a gente sin complejos, ha sido mecenas del rock y durante muchos sábados noche ha reinado en el botellón juvenil y del campus… por cuestiones de precio.
Como casi toda trayectoria empresarial, la era dorada dio paso a un tiempo de zozobra. Si en 1987 DYC facturaba 6.500 millones de pesetas y alcanzaba una cuota de mercado del 46%, sólo dos años después el fallecimiento de Nicomedes dejaba un vacío difícil de rellenar. Nadie en la familia agarró el timón y el Grupo DYC fue vendido a Pedro Domecq, emporio gaditano de vinos y bodegas. Poco antes del óbito nació la Fundación Nicomedes García con un capital de 1.000 millones de pesetas (seis millones de euros) con el objetivo de fomentar la cultura.
En la actualidad, Anís Castellana y DYC son propiedad de Beam Global, compañía estadounidense de bebidas alcohólicas que a su vez tiene en cartera a ginebra Larios y el bourbon Jim Beam, entre otros espirituosos. La empresa ha potenciado el DYC de 8 años con tal éxito que es el que más ha crecido en el segmento en los últimos tiempos. Además, DYC ha conseguido que el primer whisky puro de malta hecho en España ya sea una realidad, obteniendo muy buenas críticas en catas y los parabienes de prestigiosas narices (noses en inglés) del sector.
DYC ha renovado su envoltorio para un mercado emergente -y sorprendente- donde está triunfando sin parangón: India. Los habitantes de uno de los países más populosos se pirran por el espirituoso de Palazuelos, que le toman como un artículo de lujo. Cuesta 370 rupias (unos 6 euros).
Para este año, DYC abrirá puentes con China, país que trasegaría 500 millones de cajas al año.

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